La cerámica griega es una de las manifestaciones artísticas más destacadas de la antigua Grecia, reflejando no solo la habilidad técnica de sus creadores, sino también los aspectos culturales, mitológicos y sociales de su época. A lo largo de los siglos, la cerámica griega experimentó una evolución significativa, destacándose especialmente dos estilos principales: la cerámica de figuras negras y la cerámica de figuras rojas.

La cerámica de figuras negras apareció en el siglo VII a.C. en Corinto y se consolidó en Atenas. Esta técnica implicaba la aplicación de una capa de engobe negro sobre la superficie de la vasija, que luego se rasgaba para crear figuras y detalles. Los artistas utilizaban un estilete afilado para incidir en el engobe, dejando al descubierto la arcilla subyacente, que mostraba un color rojizo tras la cocción. Este método permitía lograr contrastes marcados y detalles finos en las representaciones.

Durante su apogeo, entre los siglos VII y VI a.C., las vasijas de figuras negras presentaban una notable diversidad temática. Las escenas mitológicas eran comunes, con dioses y héroes en situaciones emblemáticas. Igualmente, se representaban escenas de la vida diaria, como banquetes, actividades agrícolas y también escenas de los mismos Juegos Olímpicos.

Pero será a finales del siglo VI a.C. cuando se introduzca una nueva técnica que revolucionaría la cerámica griega: la cerámica de figuras rojas. Esta técnica invertía el proceso de las figuras negras. En lugar de aplicar el engobe negro para crear las figuras, se aplicaba para el fondo, dejando las figuras en el color natural de la arcilla. Esto permitía a los artistas utilizar pinceles para pintar los detalles internos de las figuras, logrando mayor precisión y naturalismo.

Esta técnica no solo ofrecía un mayor rango de expresión, sino que también permitía un sombreado más sutil y un tratamiento más detallado de las anatomías humanas y de las vestimentas.